Escrito por Adam Frank y editado por editorial Ariel en 2012.
Sobre el autor, decir que es Catedrático de Astrofísica en la Universidad de Rochester, lo que le confiere al libro la seriedad que merece (no hay que fiarse mucho de la gente que escribe sobre estos temas y no tiene una mínima formación en ellos).
El libro lo podríamos dividir en dos partes. Una primera que narra la historia del tiempo desde el punto de vista humano, y cómo las diferentes formas de medirlo han ido condicionando nuestro desarrollo como civilización. Y una segunda parte donde se narran las diferentes posibilidades ante las que nos encontramos desde un punto de vista cosmológico y cómo el tiempo sigue jugando un papel crucial en ellas.
La primera parte es bastante curiosa de leer ya que relata, por decirlo de algún modo, la historia del tiempo humano. Cómo hemos ido cambiando la forma de medir el tiempo, desde los agricultores del paleolítico, hasta nuestros días, pasando por los primeros relojes en las plazas de las ciudades (en el 1300), la revolución industrial, el telégrafo y el ferrocarril, los usos horarios, etc …
Al tiempo que narra esta historia, la va entremezclando con los desarrollos científicos y las diferentes formas de ver el Universo según íbamos cambiando nuestra forma de medir el tiempo (y aquí incluimos la relatividad de Einstein). En este desarrollo llega hasta nuestros días y entra en bastantes detalles de cómo fuimos cambiando las teorías desde un Universo estático y sin principio ni final, hasta un Universo en expansión tal y como lo entendemos hoy en día.
La segunda parte entra en el terreno de las nuevas teorías que intentan dar una explicación a la cosmología actual, y entre ellas están, obviamente, la teoría del Big Bang inflacionario (aquí tengo que decirle al traductor que lo de traducir big bang por gran estallido, despista un poco), la teoría de cuerdas (no entra tan en detalle como otros libros, pero es que si no sería demasiado largo el texto), el multiverso de inflación eterna, el multiverso estacionario, y algunas de las que no había oído hablar y que el mismo autor reconoce que son muy osadas (pero, en mi opinión, las ideas absurdas han sido las que nos han hecho avanzar más rápidamente, y si no, que alguien me diga que no era absurdo suponer que la tierra era redonda o que el tiempo es relativo), entre ellas, una teoría de Julian Barbour que, por resumir, dice que no existe tal cosa como el tiempo, que sólo existen diferentes ahoras conectados, otra teoría de Albrecht, que nos dice que diferentes elecciones sobre qué parte de las ecuaciones de Einstein representan el tiempo, conducen a físicas diferentes (ambigüedad del reloj), y otras que hablan de la evolución de las leyes de la física para entender el momento en el que estamos. Vamos, que el libro son 418 páginas que se leen bastante bien (aunque no dejan de ser unas cuantas y de requerir un poco de concentración algunas de ellas).
Como siempre, copio un trocito, aunque esta vez el trocito sea un poco largo, porque es una historia cortita que cuenta justo antes de entrar a explicar los ciclos temporales y la creación, y que a mí, personalmente me ha gustado mucho:
“Indra era el rey de los dioses. Valiente, noble, poseedor de un corazón compasivo, se ocupaba de los mundos divino y humano con la mano firme de un padre sabio. Después de derrotar a un gran dragón que había destruido la ciudad de los dioses, Indra ordenó a Vishvakarman, maestro de las artes, que reconstruyera la gran metrópolis. Vishvakarman trabajó sin descanso y creó palacios relucientes con jardines, lagos y torres maravillosas. Pero Indra no estaba satisfecho. “¡Dadme mayores estanques, árboles, torres y palacios de oro!”, pidió. Siempre que Vishvakarman terminaba una cosa, Indra quería otra. El artesano divino cayó en una profunda depresión. Desesperado, se quejó a Brahma, el Espíritu universal, que habita muy por encima de los dioses. Brahma lo confortó: “Vete a tu casa; pronto te verás aligerado de tu carga”.
A la mañana siguiente, temprano, un muchacho brahmán se
presentó a la puerta del palacio pidiendo ver al gran Indra. “¡Oh, rey de los
dioses! He oído hablar de este palacio que estás construyendo. ¿Cuántos años
tardará en terminarse esta residencia rica y enorme? A buen seguro ningún Indra
antes que tú ha conseguido completar una tarea de este tipo”.
A Indra le divirtió el muchacho. ¿Cómo podía este niño haber conocido otros Indras que no fueran él? “Dime, hijo”, dijo, “¿cuántos otros Indras has visto o de cuántos otros has oído hablar?”.
El muchacho contestó con una voz tan cálida y dulce como la leche, pero con palabras que hicieron que un estremecimiento recorriera las venas de Indra. “Querido hijo”, dijo el muchacho, “conocí a tu padre, Y conocí a tu abuelo. También conozco a Brahma, que Vishnu parió a partir de un loto que creció del ombligo de Vishnu. Y a Vishnu, el Ser Supremo, también lo conozco”.
“¡Oh, rey de los dioses! He visto la espantosa disolución del universo. He visto cómo todo perecía una y otra vez, al final de cada ciclo. En aquel momento cada átomo se disuelve en las aguas puras y primigenias de la eternidad, de las que originalmente todo surgió. ¿Quién contará los universos que han llegado a su fin, o las creaciones que han surgido de nuevo, una vez y otra, del abismo informe de las vastas aguas? ¿Quién buscará por los amplios infinitos que existen uno junto a otro, cada uno de los cuales contiene su propio Brahma, su Vishnu y su Shiva?¿Quién contará los Indras que hay en ellos?”.
A Indra le divirtió el muchacho. ¿Cómo podía este niño haber conocido otros Indras que no fueran él? “Dime, hijo”, dijo, “¿cuántos otros Indras has visto o de cuántos otros has oído hablar?”.
El muchacho contestó con una voz tan cálida y dulce como la leche, pero con palabras que hicieron que un estremecimiento recorriera las venas de Indra. “Querido hijo”, dijo el muchacho, “conocí a tu padre, Y conocí a tu abuelo. También conozco a Brahma, que Vishnu parió a partir de un loto que creció del ombligo de Vishnu. Y a Vishnu, el Ser Supremo, también lo conozco”.
“¡Oh, rey de los dioses! He visto la espantosa disolución del universo. He visto cómo todo perecía una y otra vez, al final de cada ciclo. En aquel momento cada átomo se disuelve en las aguas puras y primigenias de la eternidad, de las que originalmente todo surgió. ¿Quién contará los universos que han llegado a su fin, o las creaciones que han surgido de nuevo, una vez y otra, del abismo informe de las vastas aguas? ¿Quién buscará por los amplios infinitos que existen uno junto a otro, cada uno de los cuales contiene su propio Brahma, su Vishnu y su Shiva?¿Quién contará los Indras que hay en ellos?”.
A medida que hablaban, en la sala había hecho su aparición una procesión de hormigas. Con precisión militar, la tribu de hormigas desfiló atravesando el suelo. El muchacho las vio y se echó a reír. “¿Ves estas hormigas en su largo desfile? Cada una de ellas fue antaño un Indra. Como tú, cada una de ellas, en virtud de sus obras, ascendió al rango de rey de los dioses. Pero ahora, después de muchos renacimientos, cada una de ellas se ha convertido de nuevo en hormiga. Este ejército de hormigas es un ejército de antiguos Indras”.
El rey de los dioses se quedó sin habla. El muchacho dio media vuelta y se fue. Después de pasar muchos días solo, Indra llamó a su arquitecto y le agradeció su trabajo. “Ya has hecho bastante”, le dijo Indra. “Ahora puedes descansar”.
Clasificación:
Facilidad de lectura: 1
Opinión: 4
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